No comenzaré exponiendo las bases históricas de la Querella, ya que es una labor histórica y filológica que no me compete. Me gustaría centrarme en esa comparación entre arañas y abejas que Jonathan Swift, al hilo de Esopo, trae a colación para exponer las diferencias entre el modo de proceder de los modernos (las arañas) y aquellos que defienden a los antiguos (abejas). Mientras que el moderno produce los hilos desde su propio cuerpo, esa subjetividad romántica en estado naciente de la época de la disputa; el defensor del antiguo prefiere, al igual que la abeja, ir libando de flor en flor, para recoger el néctar de diferentes y variadas flores de la antigüedad. La posición del moderno invalida el valor de la transmisión de lo antiguo; la posición del apologista de lo antiguo niega la posibilidad de la potencia de lo nuevo.
Una vez expuesta la línea principal de la Querella, que se expresa en problemas no sólo de crítica estética (fuente y modelos), sino también de libertad creativa y concepción estética de lo bello y lo verdadero, quisiera argumentar que el enfoque de tal polémica está mal planteado. Sin duda la hermenéutica tras Schleiermacher, una vez ha madurado en el siglo XX y ha abandonado la pretensión ingenua de entender la obra del antiguo como un acontecimiento real al que hay que llegar según un método, puede darnos un enfoque más interesante del asunto.
Si entendemos que la literatura es un producto cultural y epocal tendremos que concluir que, las circunstancias que hacen surgir las obras literarias de una determinada época, son solamente posibles en ese momento. ¿Cómo entonces podemos juzgar una obra de la antigüedad desde la situación contemporánea si su mundo de sentido se ha cerrado? La Querella es un producto de su tiempo, el cual estaba aún polarizado por consideraciones absolutas sobre el valor de las obras: no era aún posible entender el relativismo estético, concepción que comienza a gestarse a finales del siglo XIX y principios del XX, que tiene su máximo exponente en el urinario público de Duchamp, expuesto en el Museo de Nueva York como una "objeto encontrado" (Readymade), no obstante dotado del carácter de obra de arte.
Desde nuestra época autores como Gadamer (Verdad y Método) o Heidegger (El origen de la obra de arte) nos han mostrado que la búsqueda de la belleza y la verdad no puede entenderse en términos absolutos; lo que emerge en cada proposición estética, literaria, filosófica y científica es el sentido en un determinado contexto epocal. Toda producción cultural está siendo posible en el tablero de juego de un determinado modo de darse el sentido en su generalidad. Cada ámbito de sentido epocal es total porque es un mundo: cada modo de darse la verdad como sentido lo es temporalmente y, en este movimiento de darse, cierra otras figuras de la verdad y la belleza anteriores, a la vez que vela su propio modo de darse; de tal manera es así que este espacio de juego (lingüístico para Gadamer y Wittgenstein) es tan cercano, obvio e implícito en la experiencia tanto del literato y del lector, que ambos no caen en la cuenta de que todo intento de interpretación y lectura de un clásico lo es siempre ya desde el juego lingüístico del que interpreta y lee. Es imposible salirse del modo de darse del sentido y la verdad que uno experiencia pre-reflexivamente, en una determinada época, para saltar a otras previas y experimentar y exponer el sentido real del autor en su momento, v.gr: exponer lo que realmente Aristóteles entendía por intelecto agente, llegar a tocar lo que ciertamente quería decir Parménides con "Pues lo mismo es el ser que el pensar".
Toda lectura es ya siempre una re-lectura, una re-construcción y re-interpretación desde la totalidad del mundo de sentido en el que estamos siendo cabe los entes. Entender que el clásico es mejor que el moderno o viceversa es un absurdo ya que el del clásico, el de los clásico, son mundos de sentido que ya fueron y su en sí, si es que lo hubo, si es que no están afectados por su modo de entender regional de lo real, lo bello, lo justo y lo bueno, está cerrado a toda posible experiencia contemporánea. Con esto no se quiere decir que sea fútil el intento filológico de comprender al clásico o exponer su validez; sino que ese intento es siempre infinito. Que si la tradición y sus traducciones de sentido son algo es, sin duda, esos movimientos infinitos de reconstrucción, relectura y reinterpretación de un legado cultural, literario y, por qué no, científico. No es posible valorar desde el absoluto obras que son y han sido, ya que lo absoluto del valor ha terminado fracturado en las mil esquirlas de la temporalidad.
En definitiva lo que se sostiene es lo siguiente:
1. Que no hay valores estéticos absolutos, una sola concepción de lo bello (lo bueno), desde donde poder juzgar las producciones culturales sub especie aeternitatis: más allá del tiempo, tal y como Dios podría hacer.
2. El concepto de lo bello tiene relación con el de lo verdadero (trascendentales en la Edad Media). Pero lo bello ya no surge de una mera contemplación esteticista y desinteresada, en la que deba intervenir la fruición del espectador. Lo bello hace referencia a lo verdadero y, la obra de arte, es el modo más originario de designar la verdad, porque la manera en la que ésta se pone en obra (en-ergon) es como Alétheia (la verdad como desvelamiento, en este caso de lo no pensado en la obra literaria). Toda obra de arte que designe, exponga al espectador su fondo clausurado, en un juego de ocultación y desocultación (su puesta en obra), puede ser considerada originariamente bella. Ejemplo: El urinario público de Duchamp expresa lo aún no pensado en el arte mismo: la interrogación acerca de lo que el arte sea y su validez como tal.
2. Que entender la creatividad como un proceso subjetivo e interno, sin el concurso de la tradición, es un adanismo; de la misma manera, imposibilitar y clausurar lo nuevo, lo que está por venir es una postura radicalmente conservadora y temerosa del devenir.
3. Que la verdad no es la correlación del pensamiento con una cosa real fuera de la acción y la pasión humanas; la verdad es ese proceso mismo de re-interpretación y re-construcción en que consiste la tradición, que no pretende la elucidación de una cosa en sí que constituya el producto literario, sino la “fusión de horizontes de sentido” del contemporáneo y el autor, la búsqueda de lo aún no pensado en la obra y que siempre está por pensar: es el proceso de desvelamiento (Alétheia) de lo que se encierra oculto en la obra, como fuente infinita de donación de sentido y, por lo tanto, de interpretación.
4. Lo nuevo por venir lo es siempre ya desde una precomprensión; por lo que lo nuevo de la obra literaria y artística en general lo es ya desde la tradición. No cabe lugar a la discusión entre mejores y peores, la misma discusión es un producto mismo del momento en el que se gestó.
Me despido un con una bibliografía de los razonamientos aquí expuestos:
A. Sobre la Querella:
1. Una reseña en el Cultural del libro de Mac Fumaroli Las abejas y las arañas. La querella entre Antiguos y Modernos
2. José Antonio Maravall. Antiguos y Modernos: La idea de progreso en el desarrollo de una sociedad.
B. Sobre estética y hermenéutica.
1. Gadamer, Verdad y Método
2. Heidegger, “El origen de la obra de arte” en Caminos del Bosque.
3. Ricoeur, Tiempo y narración
Una vez expuesta la línea principal de la Querella, que se expresa en problemas no sólo de crítica estética (fuente y modelos), sino también de libertad creativa y concepción estética de lo bello y lo verdadero, quisiera argumentar que el enfoque de tal polémica está mal planteado. Sin duda la hermenéutica tras Schleiermacher, una vez ha madurado en el siglo XX y ha abandonado la pretensión ingenua de entender la obra del antiguo como un acontecimiento real al que hay que llegar según un método, puede darnos un enfoque más interesante del asunto.
Si entendemos que la literatura es un producto cultural y epocal tendremos que concluir que, las circunstancias que hacen surgir las obras literarias de una determinada época, son solamente posibles en ese momento. ¿Cómo entonces podemos juzgar una obra de la antigüedad desde la situación contemporánea si su mundo de sentido se ha cerrado? La Querella es un producto de su tiempo, el cual estaba aún polarizado por consideraciones absolutas sobre el valor de las obras: no era aún posible entender el relativismo estético, concepción que comienza a gestarse a finales del siglo XIX y principios del XX, que tiene su máximo exponente en el urinario público de Duchamp, expuesto en el Museo de Nueva York como una "objeto encontrado" (Readymade), no obstante dotado del carácter de obra de arte.
Desde nuestra época autores como Gadamer (Verdad y Método) o Heidegger (El origen de la obra de arte) nos han mostrado que la búsqueda de la belleza y la verdad no puede entenderse en términos absolutos; lo que emerge en cada proposición estética, literaria, filosófica y científica es el sentido en un determinado contexto epocal. Toda producción cultural está siendo posible en el tablero de juego de un determinado modo de darse el sentido en su generalidad. Cada ámbito de sentido epocal es total porque es un mundo: cada modo de darse la verdad como sentido lo es temporalmente y, en este movimiento de darse, cierra otras figuras de la verdad y la belleza anteriores, a la vez que vela su propio modo de darse; de tal manera es así que este espacio de juego (lingüístico para Gadamer y Wittgenstein) es tan cercano, obvio e implícito en la experiencia tanto del literato y del lector, que ambos no caen en la cuenta de que todo intento de interpretación y lectura de un clásico lo es siempre ya desde el juego lingüístico del que interpreta y lee. Es imposible salirse del modo de darse del sentido y la verdad que uno experiencia pre-reflexivamente, en una determinada época, para saltar a otras previas y experimentar y exponer el sentido real del autor en su momento, v.gr: exponer lo que realmente Aristóteles entendía por intelecto agente, llegar a tocar lo que ciertamente quería decir Parménides con "Pues lo mismo es el ser que el pensar".
Toda lectura es ya siempre una re-lectura, una re-construcción y re-interpretación desde la totalidad del mundo de sentido en el que estamos siendo cabe los entes. Entender que el clásico es mejor que el moderno o viceversa es un absurdo ya que el del clásico, el de los clásico, son mundos de sentido que ya fueron y su en sí, si es que lo hubo, si es que no están afectados por su modo de entender regional de lo real, lo bello, lo justo y lo bueno, está cerrado a toda posible experiencia contemporánea. Con esto no se quiere decir que sea fútil el intento filológico de comprender al clásico o exponer su validez; sino que ese intento es siempre infinito. Que si la tradición y sus traducciones de sentido son algo es, sin duda, esos movimientos infinitos de reconstrucción, relectura y reinterpretación de un legado cultural, literario y, por qué no, científico. No es posible valorar desde el absoluto obras que son y han sido, ya que lo absoluto del valor ha terminado fracturado en las mil esquirlas de la temporalidad.
En definitiva lo que se sostiene es lo siguiente:
1. Que no hay valores estéticos absolutos, una sola concepción de lo bello (lo bueno), desde donde poder juzgar las producciones culturales sub especie aeternitatis: más allá del tiempo, tal y como Dios podría hacer.
2. El concepto de lo bello tiene relación con el de lo verdadero (trascendentales en la Edad Media). Pero lo bello ya no surge de una mera contemplación esteticista y desinteresada, en la que deba intervenir la fruición del espectador. Lo bello hace referencia a lo verdadero y, la obra de arte, es el modo más originario de designar la verdad, porque la manera en la que ésta se pone en obra (en-ergon) es como Alétheia (la verdad como desvelamiento, en este caso de lo no pensado en la obra literaria). Toda obra de arte que designe, exponga al espectador su fondo clausurado, en un juego de ocultación y desocultación (su puesta en obra), puede ser considerada originariamente bella. Ejemplo: El urinario público de Duchamp expresa lo aún no pensado en el arte mismo: la interrogación acerca de lo que el arte sea y su validez como tal.
2. Que entender la creatividad como un proceso subjetivo e interno, sin el concurso de la tradición, es un adanismo; de la misma manera, imposibilitar y clausurar lo nuevo, lo que está por venir es una postura radicalmente conservadora y temerosa del devenir.
3. Que la verdad no es la correlación del pensamiento con una cosa real fuera de la acción y la pasión humanas; la verdad es ese proceso mismo de re-interpretación y re-construcción en que consiste la tradición, que no pretende la elucidación de una cosa en sí que constituya el producto literario, sino la “fusión de horizontes de sentido” del contemporáneo y el autor, la búsqueda de lo aún no pensado en la obra y que siempre está por pensar: es el proceso de desvelamiento (Alétheia) de lo que se encierra oculto en la obra, como fuente infinita de donación de sentido y, por lo tanto, de interpretación.
4. Lo nuevo por venir lo es siempre ya desde una precomprensión; por lo que lo nuevo de la obra literaria y artística en general lo es ya desde la tradición. No cabe lugar a la discusión entre mejores y peores, la misma discusión es un producto mismo del momento en el que se gestó.
Me despido un con una bibliografía de los razonamientos aquí expuestos:
A. Sobre la Querella:
1. Una reseña en el Cultural del libro de Mac Fumaroli Las abejas y las arañas. La querella entre Antiguos y Modernos
2. José Antonio Maravall. Antiguos y Modernos: La idea de progreso en el desarrollo de una sociedad.
B. Sobre estética y hermenéutica.
1. Gadamer, Verdad y Método
2. Heidegger, “El origen de la obra de arte” en Caminos del Bosque.
3. Ricoeur, Tiempo y narración